
Cuando yo era pequeña los domingos por la mañana nos íbamos con mi padre y mis hermanos hasta la Cartuja. Cogíamos las bicicletas y nos íbamos a pasear. A veces parábamos al lado de alguna higuera y cogíamos los higos que nos ofrecía el árbol. Si el día anterior había llovido, íbamos por los ribazos a buscar caracoles. Alguna vez recuerdo que mi padre tuvo que disculparse ante el labrador por estar metiéndonos es sus campos. No sé si alguna vez conseguí coger un caracol válido. Recuerdo que siempre me decían que lo que yo había cogido sólo eran caracolas. Había que cogerlos gordos y oscuros. Las blancas no valían. También recuerdo ver muchas babosas. Qué curioso! Me gustan los caracoles un montón y las babosas me parecen repulsivas y ya no digamos si tengo que pensar que me las voy a comer. Puaj! Otra cosa que hacíamos con mi padre era coger regaliz. Él trabajaba al lado de lo que es ahora el Príncipe Felipe. Justo donde están los aparcamientos de enfrente, antes no había nada. Sólo crecían unas matas de regaliz. Íbamos allí y con cuidado desenterrábamos las plantas para sacar la raiz. Luego cuando llegábamos a casa lavábamos bien las raíces y las cortábamos. Y finalmente yo las regalaba en clase porque nunca me ha gustado el regaliz.
Si alguna vez soy premiada con la maternidad, no seré capaz de regalar a mis hijos esos momentos tan bonitos que mi padre me regaló a mi en esos fines de semana.