Veo que se ha puesto de moda hablar del trabajo. Actualmente mi trabajo es normal y corriente, se parece a muchos de los que habéis contado así que no hablaré de él. Os contaré otra historia.
Yo estudiar, he estudiado año sí, año no. Así que a mitad de industriales dejé de estudiar y me puse a trabajar. Esto también vino incentivado por la falta absoluta de recursos económicos de mis padres. Ya trabajando y como me aburría (estaba de limpiadora entre semana y camarera los fines de semana) me puse a estudiar informática (qué raro ¿eh?). Sólo estudiaba por sentirme bien conmigo misma, no porque creyera que terminaría trabajando de eso, de hecho me veía muy vieja para cambiar de trabajo (jajajaja, tenía 22 añitos). Un día una compañera mía me comentó que tenía a demasiada gente para darles clase de matemáticas y que ella no daba abasto. Me preguntó que si me interesaría porque a mí siempre me han gustado mucho las matemáticas y se me dan bien. Por supuesto acepté. Así que me presenté un día en la esquina de una calle y me vino a buscar. Era una chica de instituto, normal, como cualquier otra. Subimos a su casa y comencé a explicarle todas las dudas que le iban surgiendo de los ejercicios que tenía que hacer. Al finalizar la clase, me pagó. Y yo, yo, ¡yo me sentí como si estuviera atracando! Me daba una vergüenza horrorosa cobrar por algo que me había encantado. ¡Es como si vas a Disneyland y cuando sales por la puerta, cogen y te pagan! ¡Aisssshhh! Fue la primera vez que cobraba por trabajar en algo que me gustaba. Bueno, a partir de entonces le cogí el gusanillo a trabajar y disfrutar a la vez. No creí que se pudiera hacer. ¡Ah, por cierto! Aprobó los exámenes de matemáticas.
16 noviembre, 2005
Suscribirse a:
Entradas (Atom)