Hoy voy a comer a casa de mis padres. La verdad es que es una maravilla. Llego a mesa puesta y luego no tengo que fregar ni un solo plato. Desde el día que me independicé me llevo de maravilla con ellos. Antes si me preguntabas por ellos hubiese respondido con la típica contestación de quinceañero rebotado: “Qué horror! Son unos plastas! Que me dejen vivir mi vida!” La verdad es que antes, eso de “a mesa puesta” hubiese sido inconcebible.
Seguramente cuando llegue comeré con mi madre porque mi padre aún no habrá llegado del trabajo. Nos haremos confesiones de cómo nos sentimos, qué hemos hecho estos días y cosas así. Es más o menos como tener una amiga con un salto generacional de 26 añitos.
Además llegaré a mi casita. Estará fresquísima. Y no porque tenga aire acondicionado, no. Es porque parece la típica casa de pueblo. No pega el sol en todo el día por la orientación que tiene. Y además es un bajo por lo que mantiene una temperatura fresca todo el año. Y digo bien, todo el año porque en invierno hace un frío que pela y eso sin calefacción.
10 julio, 2006
Hasta siempre
Me ha clavado un cuchillo, eso sí, de frente en el estómago. Me miraba fríamente mientras introducía lentamente en mis entrañas su hoja metálica. Al final sonrió y giró el cuchillo dentro de mí, justo para que ya no cierre la herida. Cuando me toqué la sangre, la miré y la reconocí. Siempre estuvo tan cerca de mí y tuvo que ser ella la que me diera el estoque. ¡Ciao bambina! Que tu conciencia te deje vivir con otro cadáver más en tu haber.
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