25 julio, 2006

42º a la sombra

Era la quinta vez que me iba a tomar algo con él. Ya era la hora de despedirnos y nada, no había ocurrido nada. Y yo, muriendo por él. Un calor que me inundaba el cuerpo entero sobre todo a la hora de la despedida. Se lo tuve que pedir. Dame un beso. Aunque en realidad, lo que deseaba era decirle que me hiciese el amor ya, ni preliminares ni nada. Teniéndolo tan cerca durante esas 5 citas y no poder tocarle. En realidad, en esos instantes dejé de ser una persona para ser una marea de hormonas. Si hubiese podido le hubiese abrazado tan fuerte que se fundiese en mí como si una sola persona fuésemos. Y me lo dio. Y yo me separé rápidamente y me fui a casa, nerviosa, “istérica”, palpitante y gaseosa. Porque en ese momento ya no era sólida, era líquido y gas. Flotaba en el ambiente e irradiaba calor por todo el cuerpo. No oía nada, no veía nada, sólo sentía que ya sabía lo que era el cielo.