Cuando iba al pueblo era demasiado pija para estar allí. Bueno, pija, pija no. No sé cómo explicarlo. Quizá demasiado fina o demasiado señorita. No me sentía muy bien integrada que digamos pero, como con el tiempo todo se aprende, al final aunque no encajase, podía estar tranquilamente con la gente. Cuando me fui a Barcelona era como si llegase Paco Martínez Soria a “La ciudad no es para mí”. A todo el mundo le hacía gracia mi acento y me sentía a veces como un espectáculo de circo. “Ey! Chicos corred, venid! Que en nuestro equipo hay una maña. Mirad como habla, mirad como habla. Jajajajaj! Que divertido!” A ver, es un acento ni es divertido ni deja de serlo. Ahora el día que ya me quedé alucinando fue (porque encima lo recuerdo como si me acabase de pasar) cuando en una frase utilicé la palabra “misógino”. A un compañero mío se le salieron los ojos de las órbitas mientras me miraba y en el fondo de la retina se le leía claramente “Como puede ser que esta paleta sepa el significado de esa palabra?”. Me giré y le dije que si ponía esa cara porque se pensaba que yo no sabía lo que significaba. Y estaba tan alucinado que no pudo mentir. Me dijo que jamás hubiese pensado que yo lo pudiese saber. Y tuve que explicarle que el nivel cultural o el conocimiento del significado de las palabras, nada tiene que ver con haber nacido en tal o cual región. Y que un acento no determina el nivel intelectual de nadie.
Por cierto, que en pueblo me siento como una estirada y una remilgada, en Barcelona como una paleta y aquí, me siento en casa. De vez en cuando y depende del rancio abolengo al cual pertenezca la familia de la persona con la que estoy tratando, sí que me siento fuera de lugar. A veces como si tuviese que pedir perdón por ser demasiado estirada y otras como si tuviese que disculparme por ser demasiado “tirada”. Y finalmente en algunas pequeñas ocasiones, cuando los astros se confabulan a mi favor, cogen y me elevan el ego en el blog del vecino. ;P
07 septiembre, 2006
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