Imaginemos que tenemos dos montañas. Una lejos en el horizonte y una cercana. La cercana se ve mucho más grande y la lejana se ve pequeña y sin importancia
De la cercana observamos su color verde, sus árboles, las piedras del camino y los arrollos. Y nos gusta. La lejana se ve seca, pelada y suponemos que está llena de alimañas pero, como desde lejos no se ven, no le damos más importancia.
Nosotros vamos por un camino que bordea a las 2 montañas. Cuanto más andamos, más cerca tenemos a la montaña alejada y más lejos a la cercana. Llega un momento en el cual estamos a la misma distancia de las dos montañas y entonces decidimos si nos gusta el paisaje. No vale mirar solo una de las dos montañas, tenemos que mirarlas a las dos y decidir. Si nos gusta el paisaje, nos gusta con todo y si no nos gusta, no nos gusta a pesar de lo que sea. Ahora, imaginemos que alguien nos pone en antecedentes. A esa persona lo que le ha quedado más claro es la imagen de la segunda montaña. El paisaje le ha parecido desolador y no le ha gustado nada de nada. Y antes de llegar te avisa. Conforme vas viendo el paisaje tienes en la cabeza la idea de que no te va a gustar por lo que te han contado. Pero, cuando empiezas a ver la visión completa de las 2 montañas crees que a ti sí te gusta el paisaje, aunque conforme observas y observas, lo haces esperando continuamente a que tenga razón la persona que te ha hablado anteriormente de las montañas. Y es cuando el filtro de otra persona te impide disfrutar y distinguir claramente tus propias ideas.
Me gustaria ser tan libre como para poder no prejuzgar a la gente por ideas de otros.
18 octubre, 2006
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