22 noviembre, 2005

¡Qué vergüenza!

No sé por qué he empezado a acordarme de los días más avergonzantes en mi vida. Bueno, mucha vergüenza no suelo pasar porque estoy acostumbrada a hacer el ridículo y para mí ya no desea que me trague la tierra. Los más traumáticos siempre han sido en la típica edad del pavo. Uno de ellos recuerdo perfectamente en 2º de bup, creo, o en 3º, ya no me acuerdo bien. Todo el mundo estaba entrando al instituto por un hueco que había en la verja. Ese día era pleno invierno y los charcos se habían congelado. Yo iba toda contenta vestidita de arriba a abajo de blanco. Un jersey blanco y unos vaqueros blancos. Ahora que lo pienso con lo morenaza que soy yo de piel debía parecer un vaso de leche. Bueno, para poder entrar por el hueco de la verja, íbamos todos en fila india y justo delante había un charco totalmente congelado que todo el mundo saltaba sin ninguna dificultad. Cuando me tocó el turno a mí, por supuesto fui a saltarlo con tan buena suerte que me resbalé y caí de bruces sobre el charco. El charco dejó de estar congelado, claro, porque yo rompí toooooodo el hielo. Así que tuve que volverme a casa para cambiarme. Llegué tarde a clase y al asomar mi cara por la puerta, me vio la profesora (era la de Historia, lo recuerdo perfectamente) y no pudo evitarlo y sin decirle yo nada, se echó a reír, seguida de todos mis compañeros. La mujer estaba hasta llorando de la risa a la vez que pedía perdón. ¡Bueno, ni que ella no se hubiese caído nunca! Evidentemente, ella era una de las personas que me habían visto caerme. La verdad es que me vio todo el instituto. ¡Qué suerte la mía! Y colorín, colorado....